La fe en una escena no religiosa
- raulgr98
- 16 abr
- 5 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! Después de casi tres años de escribir este blog, sostengo casi todas las opiniones que he expresado en los cientos de publicaciones, pues siempre he procurado hablar con honestidad. Sin embargo, si hay una que considero que fue errada, y que quiero aprovechar para corregir hoy. La razón por la que la semana pasada discutimos dos películas a la vez es porque la publicación de este día será un poco distinta, más breve, pero relevante para el especial de Semana Santa.
El error en cuestión lo cometí cuando reseñé la primera temporada de la serie Ted Lasso, en la sección de “Escena destacada”, si bien sostengo lo que escribí sobre la secuencia en particular, y aún creo que se encuentra entre las más importantes de la temporada, ya no creo que sea la mejor, pues con el tiempo hay otra que poco a poco se ha arraigado en mi memoria, y que encapsula a la perfección una de las series más optimistas y esperanzadoras de la década.
La secuencia en tensión forma parte del episodio ocho de la primera temporada, titulado “The Diamond dogs”, con un guion a cargo de Leann Bowen y una dirección de Declan Lowney, estrenado el 18 de septiembre de 2020. Aunque hay más actores en escena, el peso de la secuencia descansa en tres intérpretes: Jason Sudeikis (Ted Lasso), Hannah Waddingham (Rebecca Welton) y Anthony Head (Rupert Mannion).
Comenzaré con una breve descripción de la escena, que dura poco más de cinco minutos: en el pub recurrente de la serie, la dueña del equipo de fútbol Richmond, Rebecca; es torturada por su exmarido y antiguo dueño del equipo, Rupert, quien ha encontrado una laguna en el acuerdo de divorcio para poseer acciones del club, y amenaza con interferir en todas las decisiones. Presente en el encuentro, el entrenador, Ted, engaña a Rupert para apostar con él sobre un juego de dardos, en la que si Rupert pierde, no puede usar el palco de accionistas nunca, y si gana, lo dejará escoger la alineación en dos juegos. Condescendiente y arrogante, el adinerado acepta, antes de que Ted revele que en realidad es bueno en el juego, dando comienzo a la secuencia.
El contraste entre los dos personajes es evidente desde el primer momento, incluso en su lenguaje corporal al momento de lanzar. Tras un comentario ofensivo y lleno de discriminación por parte de un Rupert seguro de la victoria, la escena llega a su clímax en un monólogo de Ted, durante sus tres últimos lanzamientos. No lo reproduciré completo aquí, pero está disponible tanto en Apple TV como en YouTube, y lo considero uno de los mejores diálogos en una escena de comedia.
Ted es un protagonista especial, pues nunca pierde la amabilidad, o la cortesía; incluso en el único momento en que alza la voz, lo hace concluyendo su advertencia con un por favor. Conforme llegamos a la resolución de la secuencia, es claro que en todo momento el protagonista ha tenido el control de la situación, y sin mentir en ningún momento ha logrado jugar con los prejuicios de su contrincante, para tornar las tablas en su favor. Que la escena se desarrolle en el pub que incluye entre su clientela a algunos de sus más duros críticos es una gran decisión narrativa, pues el cómo se gana el respeto de los extras, aunque sea por unos instantes, es clave para construir momentum narrativo.
¿Por qué comento sobre esta escena en el especial de Semana Santa? Ninguno de los personajes es católico, una iglesia no es vista en toda la temporada, y la cita alrededor de la cual gira todo el monólogo “sé curioso, no crítico” es del poeta Walt Whitman (cuyas creencias religiosas eran complicadas, por decir lo menos). Sin embargo, creo que a veces los mensajes que mejor entienden el verdadero significado de la religión son aquellos contenidos en medios laicos, pues libres de las ataduras que pueden representar las temáticas, apelan a ciertas verdades universales a las que la fe aspira, y que son un admirable modelo de vida.
De hecho, la idea de escribir esta publicación vino a mí en la misa de hace dos domingos, en el sermón del sacerdote, pues cuando éste discutió el pasaje que incluye la máxima “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra” mi mente volvió en automático a esta escena, pues el padre habló también de la importancia de no juzgar a nuestros pares, y caminar uno al lado del otro con la mente y el corazón abiertos, haciendo un esfuerzo por preguntar con genuina curiosidad sobre la vida y perspectiva de nuestro prójimo, antes de hacer cualquier juicio de valor. La forma en la que se emitió cada discurso no podría haber sido más distinta, uno fue solemne y pedagógico, aunque cercano a los que oíamos, pronunciado desde una posición de autoridad. El de la serie, mucho más fresco, marcado por el carisma natural de Sudeikis, es enunciado por un personaje menospreciado y subestimado, pero la conclusión es la misma: enfrentándose a una lapidación simbólica por parte de la comunidad, Ted no sólo se revela a sí mismo como una persona mucho más inteligente y capaz de lo que se le da crédito, sino que salva a otra víctima de la muchedumbre, Rebecca, quien pese a su fortaleza exterior se está dejando dominar por un terrible complejo de inferioridad.
Y en la presencia de este tercer personaje es donde radica quizá el elemento más católico de toda la secuencia: Rebecca ha intentado durante toda la temporada sabotear a Ted, y en un inicio se niega a la apuesta, pues se avergüenza del entrenador. Y aunque Ted desconoce la profundidad de las intrigas de su jefa, una parte de él intuye que la relación entre ellos no es tan respetuosa como él desearía. En todo sentido, tanto para el público como para el protagonista, Rebecca no merece ser auxiliada, pues ha sepultado su arrepentimiento y sólo una vez ha dado un apoyo sincero a Ted, pero él interviene de todos modos, pues pese a no formar parte de la iglesia, Ted tiene los valores de lo que debería ser un buen católico: se niega a juzgar a los otros, y ha modelado su vida alrededor de la empatía y el amor. No es perfecto, ¿quién lo es?, y la serie ha sido clara en que es atormentado por sus propios demonios, pero se niega a guardarle rencor al mundo por sus problemas. Este es el momento trascendental en la transformación de Rebecca como personaje, y aunque aún falta para sincerarse y tomar responsabilidad por sus actos, ser testigo de la bondad de Ted (quien acude a su rescate sin caer en arquetipos misóginos de caballería) la hace volver a conectar con su humanidad, como muestra el cierre de la secuencia, que apela a compartir la dicha con la comunidad.
Encontrando el balance perfecto entre reflexión y humor, la que ahora considero la mejor escena no sólo de la temporada sino de toda la serie contiene, en menos de cinco minutos más de una gran enseñanza de vida, que podemos aplicar independientemente de la fe a la que pertenezcamos: saber que las opiniones de los demás no nos definen, y que no somos poseedores de la verdad, y por eso tampoco tenemos autoridad para desdeñar a los demás.
Muchos de los opositores a la religión creen que representa un código restrictivo y opresivo; y sin entrar en polémica, puedo entender de dónde viene esa perspectiva, pero creo que si hacemos un esfuerzo en encontrar los paralelos entre las enseñanzas de la fe, y escenas en contenido laico como esta serie, descubriremos un mensaje en lo más profundo de la visión original de Jesucristo (no puedo hablar por otras religiones, aunque creo que apelan a la misma verdad): no hay nada más importante que el amor, y amar sin prejuicio es el acto más liberador que existe.
Hasta el próximo encuentro…
Navegante del Clío
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