La fe del legionario
- raulgr98
- 15 abr
- 6 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! En los dos últimos años, me he resistido a discutir la Biblia en esta sección, no por falta de interés sino por indecisión de cómo considerarla: cada testamento como un libro en sí mismo, cada libro por separado, o sí, a la usanza de los poemarios y compilados de microrrelatos, cada pasaje puede analizarse por separado, pues posee un inicio, desarrollo y cierre casi siempre auto conclusivo.
Tras unos meses de reflexión, terminé por llegar a la conclusión que, aunque se sigue un hilo narrativo, los libros de la biblia son más bien un compendio de anécdotas y máximas, lo que permite que se puedan leer en la celebración por separado. Tomando eso en cuenta, seleccioné para compartir el día de hoy la que es probablemente mi historia favorita del Evangelio.
Como sabrán los que estén familiarizados con las Escrituras, existen cuatro Evangelios considerados canónicos, de los cuales tres (Mateo, Lucas y Marcos) son considerados sinópticos por sus similitudes entre ellos, y un cuarto (Juan) tiene un estilo y estructura muy diferente. Sin embargo, incluso entre los sinópticos hay diferencias claras que le dan a cada uno una identidad única. No me detendré mucho en su contexto de composición, pues incluso la autoría misma es producto de debate entre los académicos, pero sí creo importante señalar que las copias más antiguas que se conocen, que han sido las bases para nuestras traducciones contemporáneas, están escritas en griego koiné, detalle que será clave para el análisis del pasaje.
La historia que deseo compartir hoy está presente en los evangelios de Mateo y de Lucas; aunque comenzaré con una de las señales registradas en el de Juan, con el que normalmente se le confunde.
El pasaje que Juan Evangelista denomina la segunda señal milagrosa de Jesús, en su regreso a Galilea desde Judea, es el cierre del capítulo cuatro (versículos 46-54). En él, el mesías se encuentra en Caná cuando lo va a visitar un “funcionario real” de Cafernaún, pidiéndole que vaya a su casa a sanar a su hijo moribundo.
Jesús primero responde con desilusión, pues los hombre necesitan milagros para creer, pero ante la insistencia del hombre, lo manda de regreso a su casa, afirmando que el niño se ha curado. En el camino de regreso, el funcionario recibe noticias de la sanación de su hijo, y comprueba que la mejoría se dio a la misma hora en que Jesús habló. Y es ahí, dice el Evangelio, cuando creen él y toda su familia.
La historia que a mí me gusta, que tiene diferencias claves con la anterior, es recogida por Mateo y Lucas. Comenzaré con la versión del primero, que es la que prefiero leer:
Situado en el capítulo 8 (versículos 5-13), la historia transcurre poco después de entrar Jesús a Cafernaún, cuando es interceptado por un centurión, quien suplica por la sanación de un joven “sirviente” suyo. Al contrario que en la primera historia, Jesús está más que dispuesto a ir a su casa, pero el gentil se niega, pues no se siente digno de recibirlo en su casa. Aún así, el cree que con devoción que, tal y como él puede ordenar a los hombres a su cargo, que a Jesús le bastara una palabra para curar al muchacho. Conmovido, Jesús proclama que no hay nadie en Israel con tal fe, cura a la distancia al enfermo, y da un sermón a los que lo siguen sobre cómo habrá salvados entre los gentiles y condenados entre el pueblo de Israel.
Una versión similar de la historia se ubica en Lucas (7:1-10), con una diferencia importante: en este evangelio, el oficial, denominado como capitán (y sólo como pagano, no como romano), no va en persona, sino que envía como mensajeros a judíos influyentes, para que hablen de su carácter y amor por el pueblo. Poco antes de llegar a la casa, es interceptado de nuevo por amigos del capitán, quienes le dan su mensaje de ser poco digno, en un diálogo muy similar al del evangelio de Mateo. Aunque el sermón sobre los gentiles está ausente en esta versión, aún así queda registrada la admiración de Jesús ante “la fe más grande de Israel” y los enviados, al volver a casa del capitán, hallan al muchacho curado.
Pero ¿quién es el sirviente del centurión y por qué le importaba tanto? De los dos evangelistas, Lucas se limita a decir que era un criado por el que el capitán sentía mucho cariño; mientras que Mateo no da más información. Sin embargo, aquí es dónde se vuelve relevante el asunto de la traducción, pues el término griego usado en el pasaje es pais, que puede traducirse como niño, muchacho, sirviente, esclavo o hijo; denotando únicamente la juventud de a quién se refiere, y que está a cargo del enunciante. Por eso es que muchas traducciones al español han abandonado la versión de criado en preferencia del más ambiguo “muchacho”, ante la imposibilidad de conocer el significado original.
Si en efecto el enfermo en la versión sinóptica era el hijo del centurión, es fácil ver porque bajo una lectura superficial ésta historia es considerada la misma que la narrada por Juan: en ambos casos, Jesús cura a la distancia, tan sólo con su palabra, a un joven moribundo ante la súplica de una figura de autoridad. Sin embargo, si se analizan con cuidado los tres pasajes, las diferencias no sólo son evidentes, sino que sirven como un buen complemento uno del otro.
Si bien ambos personajes desean creer en Jesús, y pueden considerarse de corazón abierto; el de la versión de Juan tiene tan solo una fe imperfecta: no sólo es él el que pide que Jesús vaya a su casa (al contrario del centurión, que cree en el poder de su misma palabra), sino que el evangelio es claro en que su fe no es total hasta que se da el milagro. Su nacionalidad nunca es dada, pero es descrito como un funcionario real, lo que con toda probabilidad lo vuelve un subordinado de Herodes y por lo tanto, judío. Lo endeble de su fe no lo hace una mala persona, sino alguien parecido a muchos de nosotros, que se acerca a la espiritualidad cuando necesitamos algo, y que flaqueamos en nuestra devoción cuando no recibimos las señales esperadas, sólo renovándolas cuando tenemos ante nosotros un recordatorio.
Hoy quise analizar los dos relatos en paralelo, porque el funcionario bien podría ser uno de los israelís a los que Jesús se refiere cuando admira la fe más grande y completa del centurión; quien realiza uno de los actos más valientes del Nuevo Testamento: acude con humildad al Señor, sabiéndose poco merecedor de la gracia que va a pedir, y arriesgándose al rechazo y la vergüenza. Aunque prefiero la versión de Mateo, en la que el hombre tiene el coraje de realizar él mismo la petición, un detalle que me gusta mucho de la de Lucas es la buena reputación del capitán entre los judíos, pues muestra que era un buen hombre incluso antes de su conversión, un paralelo a muchos hombres y mujeres de bien que siguen las enseñanzas antes de conocerlas de una forma consciente, pues creo que hay muchas maneras de obrar bien en este mundo.
El relato de la fe del centurión es mi favorita de la Biblia, pues a través de un protagonista no sólo gentil, sino romano (los opresores al momento de los judíos) muestra que el amor de Jesús se extiende a toda la humanidad, y en él no existe ningún tipo de prejuicio o elitismo, pues ve más allá de las pruebas públicas de devoción, y conoce la naturaleza de todos nosotros, y nunca rechaza a quienes están dispuestos a creer en él. El pasaje es una guía para mí en los momentos difíciles, pues me recuerda que, incluso más allá de la cuestión religiosa, sino en la vida diaria, nunca es tarde para cambiar y pedir ayuda, y que el perdón es algo posible para todos nosotros, siempre que nuestra intención sea sincera.
Es tan hermoso el pasaje, que puede sorprender que no recuerdo haberlo escuchado nunca en misa, en la lectura del Evangelio, pero prueba de su impacto como pilar de la fe es que la adaptación de uno de sus diálogos si está presente cada domingo, en uno de los momentos más emotivos de la ceremonia:
“Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.
Hasta el próximo encuentro…
Navegante del Clío
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