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Gran escena, mala película: La derrota de Aquiles

¡Bienvenidos pasajeros! Por los últimos dos años, al momento de reseñar películas y series me he resistido a llamarlas malas, pues realizar una producción es difícil, e incluso la más deficiente de entre ellas puede conectar con alguien en la audiencia. Por eso mismo, hoy quiero probar con una nueva sección, y si es bien recibida la podríamos realizar quizá una vez al mes, analizar una grandiosa escena en una película de la que no tengo una opinión muy positiva.


El día de hoy revisamos Troya, adaptación libre de la Ilíada estrenada en 2004, dirigida por Wolfgang Petersen y escrita por David Benioff. No me detendré mucho en criticar la película, pues iría contra el propósito de esta sección, me limitaré a decir que muy buenos valores de producción se ven obstaculizados por un guion que, al centrarse en romances entre Helena y Paris por un lado y Aquiles y Briseida por el otro, falla en comprender a un nivel fundamental la historia que adapta (dónde el honor, no el amor, es el valor prioritario), y la caracterización de gran parte de su elenco es endeble, lo que afecta los clímax emocionales.


Cuando se recuerda esta película, la mayoría pensará con asombro en el buen ojo de Petersen para las escenas de acción, sobre todo el saqueo de Troya (en la edición extendida) y en particular el excelente duelo entre Aquiles y Héctor; pero la escena que quiero destacar el día de hoy es una que no tiene tanta creatividad a nivel directorial, decisión acertada pues permite dejar a los actores cargar la escena, que he decidido llamar "la derrota de Aquiles".


La escena, de siete minutos y veinticuatro segundos, transcurre de noche en una sola locación (la tienda de Aquiles, tanto por fuera como por dentro), involucrando solo a cuatro actores acreditados. El cierre del segundo acto, se ubica poco después del asesinato de Héctor a manos de Aquiles, y es inmediatamente posterior a una secuencia en la que un encapuchado se infiltra en el campamento de los aqueos. Para su análisis, la dividiré para su análisis en tres secciones.


La primera es el interior de la tienda de Aquiles, donde el encapuchado entra y sin ningún tipo de fanfarria se revela como el rey Príamo, padre de Héctor, quien se arrodilla a los pies del asesino de su hijo y le besa las manos. La audiencia, al contrario que Aquiles, reconoce al rey, lo que le da a esta primera acción un significado profundo antes de que el diálogo comience. El encuadre de la escena parece indicar una humillación total, pero una vez que Príamo se identifica y Aquiles, tras el shock inicial, lo levanta, el tono se convierte en uno de nobleza y dignidad. En la conversación que sigue, magistralmente guiada por el incomparable Peter O'Toole, Príamo suplica por el cuerpo de su hijo y mediante cambios sutiles en las expresiones faciales de Brad Pitt, vemos como las barreras de Aquiles comienzan a flaquear. El orgulloso guerrero griego hace un esfuerzo por justificar su homicidio, haciendo alusión a la muerte de Patroclo (primo y amigo del aqueo) a manos del príncipe troyano, pero con una calma desgarradora, Príamo destruye su argumento al preguntarle a cuantos hijos, primos, esposos, hermanos y padres ha asesinado él.


El trasfondo de O'Toole en el teatro es evidente, con un perfecto dominio de las inflexiones vocales, mostrando a un padre doliente, muerto en vida, que ha perdido todo temor y esperanza y sólo busca darle paz al heredero que ha perdido, y el verlo reflexionar sobre el dolor que implica para un padre ver morir a su hijo es incluso más poderosa que la escena misma del asesinato, unos minutos antes. Conforme el diálogo avanza, aunque Príamo está en un nivel inferior a Aquiles, el encuadre enfocado en su rostro le devuelve el poder, y la incomodidad del guerrero mientras el suplicante se acerca a él es palpable. La ausencia de música salvo en los primeros segundos de la escena también tiene un efecto muy poderoso en la audiencia, pues hace que el monólogo se sostenga sin ningún apoyo visual o sonoro. Es entonces que tiene lugar el mejor intercambio de diálogo de la película, el que desnuda y transforma a Aquiles:


AQUILES: Si te dejo salir de aquí, si te dejo llevártelo, eso no cambia nada. Seguirás siendo mi enemigo en la mañana.


PRÍAMO: Sigues siendo mi enemigo esta noche. Pero hasta los enemigos pueden mostrarse respeto.


En ese momento Aquiles se levanta y, dándole la espalda a su interlocutor, pues ni siquiera puede verlo, reconoce admirarlo y le pide que lo alcance afuera en un momento, concluyendo la primera parte de la escena en el minuto cuatro, segundo diecisiete, dando pie al regreso de la música y la segunda parte del análisis.


Siendo sincero, aunque está a la altura del rol de Aquiles en un apartado de corporalidad, el rango que Brad Pitt muestra en la primera de la película es demasiado limitado, oscilando casi exclusivamente entre el estoicismo y la ira. Sin embargo, esta escena, desde sus reacciones al monólogo de Príamo, constituyen el mejor momento actoral de Pitt en este papel. La segunda parte de la secuencia inicia con un acercamiento al cuerpo de Héctor (Eric Bana), el cual, pese a que lógicamente debería estar destrozado, conserva nobleza y dignidad. Posteriormente, se ve a Aquiles arrodillado en la arena, envolviendo el cuerpo, y por primera vez en toda la cinta, se lleva la mano al rostro y solloza, una emoción que ni siquiera la muerte de Patroclo logró evocar. Por eso he decidido llamar a esta escena "La derrota de Aquiles", pues Príamo ha logrado desarmar al guerrero invencible no por la fuerza, sino con las palabras, obligándolo a confrontar su propia naturaleza violenta y el ciclo destructivo de la guerra. Tras recomponerse, Aquiles termina su tarea y reconoce a Héctor como un igual.


Un acercamiento a la cara de Príamo, en la que Peter O'Toole regala una de las mejores encarnaciones del sufrimiento en la historia del cine moderno, da pie a los últimos dos minutos de la escena. Y es aquí dónde vemos que ni siquiera la mejor escena de la película puede escapar a los defectos del guion. Después de que Aquiles y Príamo negocian una tregua, la atención de la escena se desvía innecesariamente a Briseida (Rose Byrne), resolviendo la subtrama amorosa que aletarga gran parte del segundo acto. Por fortuna, en los últimos segundos la relación entre Aquiles y Príamo vuelve a ser el foco de la escena, y con la última línea (Aquiles diciéndole al rey troyano es mucho mejor hombre y monarca que aquel que lidera a los griegos), la banda sonora cierra la secuencia, mientras el troyano se aleja con un nuevo arreglo del tema central de la cinta, compuesto por James Horner, otrora épico y ahora transformado en un lamento fúnebre.


De todos los añadidos temáticos de la cinta, la condena a la guerra me parece el único acertado, y esta escena logra capturar la honorabilidad y heroísmo de la Ilíada, junto con las sensibilidades modernas de la película sin que ambos tonos choquen, y de una manera más efectiva que cualquier secuencia de acción. Nada menos que excelente.





Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío


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1 Comment


raul221063
Aug 10, 2024

Excelente análisis. Coincido, La mejor escena.

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