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En defensa de la religión organizada

¡Bienvenidos pasajeros! Estoy consciente que esta semana ha sido un poco difícil para aquellos que no comparten la fe católica, pero aunque reafirmo que este es un espacio seguro para personas de todas las creencias, y en realidad creo que he sido bastante mesurado en mostrar mi propia fe los años pasados, pero estoy en un momento de mi vida en el que creo que es importante, una vez al año, hablar de mi fe.


He sido católico toda mi vida, pero la razón por la que me ha costado hablar de ello en público es que, como historiador, siempre me ha costado reconciliar mis creencias con las críticas, válidas, que se han hecho a la institución de la Iglesia. Durante años, la manera en la que intente resolverlo fue negar la parte más formal de la fe, rezar en privado y hacer lo posible por no poner un pie en una iglesia, “creo en Dios, no en la Iglesia”, fue una frase común mía por mucho tiempo. Sin embargo, durante el año pasado tuve la oportunidad de conocer otro lado de la Iglesia, que desafío mis prejuicios, y estos últimos meses produjeron en mí una epifanía, por lo que quiero dedicar la publicación de hoy a argumentar por qué la Iglesia sigue siendo importante.


Lo primero que quiero decir es, que aunque he encontrado un nuevo aprecio por la institución, eso no significa que me haya vuelto ciego a sus fallas: si bien aún creo que se necesitan reformas y actualizaciones, y que se debe actuar con más dureza contra los miembros de la institución que aprovechan su posición para cometer abusos de todo tipo; sí he llegado a entender por qué continúa existiendo gente devota, incluso jóvenes, y he encontrado un nuevo significado a la expresión “creer en la Iglesia”.


Me siento muy afortunado, en el sentido que he tenido la suerte de conocer buenas personas en la iglesia, no sólo los feligreses, sino sacerdotes y monjas. He sido testigo del servicio que prestan, y lo que he descubierto han sido a hombres y mujeres polifacéticas, que no se limitan a ritos y sermones, sino que comparten intereses, cuentan chistes y dan consejos. Ese es el primer argumento que quiero hacer: aún hay muchas personas buenas dentro de la Iglesia, que interpretan la religión como un vehículo para ayudar a los demás, y he sido testigo de las constantes y demandantes labores que han hecho en favor de los desfavorecidos. Entiendo el escepticismo que sienten algunos de ustedes, pero creo que la labor social que hace la Iglesia, sobre todo a nivel de parroquia, es uno que ninguna otra institución está lista para asumir.


Un segundo argumento que quiero dar, y en el que se centra la realización que tuve hace unos meses, es que creo que la Iglesia es fundamental para crear un sentido de comunidad. Yo creía que la fe era algo que se debía limitar al ámbito privado, y aunque no siento más que respeto por aquellos que así lo deciden, debo confesar que el efecto que tiene compartir un rito, sentirse conectado a desconocidos, es indescriptible. Como ejemplo, hace un par de semanas tuve la oportunidad de asistir a una hora santa y aunque me senté solo y me dediqué a escuchar y orar, me sentí acompañado en todo momento, pues me embargaron las emociones del grupo. Siempre he creído que uno de los problemas de nuestro mundo es que se ha visto disminuida nuestra capacidad de sentir empatía, y actividades comunitarias como esta son clave para preservarlas.


En ese mismo sentido, asistir a la iglesia con más frecuencia me ha ayudado a comprender mi fe de una manera más profunda: si bien ya había leído la Biblia, y creo que como ejercicio intelectual puede ser muy fructífero, muchos de los sermones de los sacerdotes que he escuchado, accesibles y adaptados a la contemporaneidad, mucho más abiertos de lo que yo esperaba, así como las reuniones con grupos eclesiásticos, me han ayudado a entender el mensaje original de Jesús de una forma que nunca habría logrado solo; y puedo afirmar que en estos últimos meses he crecido como persona, y me he vuelto menos rencoroso y más comprensivo.


No han sido tiempos fáciles para mí los últimos, he atravesado muchas pruebas, y he descubierto que la Iglesia me trae calma. Ya sea en la misa, o entrar a rezar cuando no hay ceremonia, pasó lo que nunca creí: es cierto que algo tiene el edificio eclesiástico que sí me siento más cercano a Dios cuando estoy ahí. Más de una vez, he escuchado precisamente lo que requería escuchar en ese momento. Esa es también la finalidad de la Iglesia, como guía espiritual, que ofrece consuelo, o al menos una forma de desahogarse, en los momentos más difíciles.





Hasta el próximo encuentro…


Navegante del Clío

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