El último viaje
- raulgr98
- hace 6 días
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Sé que moriré antes de que termine la primavera. También sé, con tanta certeza como la salida del sol, que nunca veré los ojos de mis hijos, así como nunca vi los de mi padre.
Las últimas semanas, desde que sentí en mis entrañas las ansias irrefrenables de amar y ser amado, he sentido mi forma transformarse: mi rostro se ha hecho más afilado, mi espalda más ancha, mi cuerpo más grueso. El crecer, en peso y fuerza es un proceso doloroso; pero acepto mi cruz gustoso, pues es la prueba que soy el heredero de un gran legado, y que estos cambios son recordatorio de mi destino: reposar por la eternidad en la tierra que no he visto en años, desde que nací.
A mi lado se preparan cientos de hermanos y hermanas decididos a unirse a la gran travesía. En el frío en el que pocos sobreviven, pero en el que los míos han aprendido a prosperar, he encontrado mi segundo hogar, pero ha llegado el momento de volver al origen. ¿Cómo encontrar un lugar que apenas recuerdo, en el que no había pensado en años? No puedo explicarlo, pero algo más surgió dentro de mí junto con el deseo: una intuición de generaciones atrás. Puedo sentir las fuerzas que mantienen a esta tierra unida, el magnetismo que atrae y aleja a los astros y las mareas, si escucho sus ondas, puedo seguir las instrucciones que me susurran, un camino al viejo río, arriba de las cascadas.
Respiro emoción entre los que me rodean, pero también una buena dosis de miedo. Aunque hacemos bromas y apuestas sobre el éxtasis de la carrera, y la gloria de resultar vencedor pero hay una sombra que se extiende sobre la aventura, una verdad que todos negamos, pero porque decirlo en voz alta es demasiado terrible: de los jóvenes entusiasmados que se arremolinan a mis costados y por detrás mío, muy pocos llegarán a volver la tierra prometida de la que alguna vez salimos. Algunos no han crecido lo suficiente, y el esfuerzo los matará; otros sucumbirán ante las grandes bestias que esperan ya hambrientos en el camino; y unos cuantos más no llegarán con la energía para dar el gran salto cascada arriba, que separa el frío del paraíso. Pero los más desgraciados serán aquellos que logren todo eso, pero que habrán perdido toda su energía y morirán en la orilla del río, antes de recibir la recompensa por su sacrificio. Por qué eso es lo que es, un sacrificio, concluyo mientras me despido del lugar donde me he hecho adulto: nunca volverá ninguno de nosotros, ganemos o perdamos, tenga fruto nuestro esfuerzo o muramos solos y humillados, un viaje tan largo cobra demasiado, y se llevará la vida de todos. Pero también tengo la certeza que estoy listo, que enfrentaré y superaré todas las pruebas, y cuando muera, será con la felicidad de haber cumplido mi propósito.
Una única duda queda en mí, y es que aunque sé que terminaré el largo viaje, ninguna garantía tengo de que el lugar que creo vislumbrar en la niebla de mis sueños aún exista, pues hasta mí han llegado los rumores de una bestia nueva, el peor de los monstruos, capaz de rehacer el mundo a su antojo, y capaz de destruirlo todo para satisfacer sus deseos y caprichos. Pero aún así, me debo a mí mismo intentarlo, como se lo debo también a los que me precedieron; a mi padre y mi madre que realizaron su propia carrera, y me trajeron al mundo en aquel río, a los hijos que solo existirán si tengo éxito en este gran viaje, que ya realicé una vez, y que debo emprender de nuevo, en dirección contraria.
Ha llegado el momento, y mientras comienzo a nadar, puedo ver frente a mí el camino completo: las frías aguas del Atlántico, las rápidas corrientes y las oscuras tempestades, aquel hermoso punto en el que el mar se convierte el río, y el agua salada se torna en dulce, tan dulce como aquella en la que salí del huevo. Es ahí donde enfrentaremos a los osos y las águilas, a las nutrias y las rocas. Y al pensar en la inmensidad de la cascada que me espera, mi cola y mis aletas se tensan en anticipación del momento más importante de mi vida: aquel grandioso salto corriente arriba, que sólo unos pocos son elegidos de completar. Sé que dejaré el cuerpo en este viaje, que languideceré con cada kilómetro y que cuando entregue en el salto las pocas fuerzas que logre conservar, al llegar al río seré tan solo una pálida imitación de lo que hoy soy, pero tengo fe de que la vida me alcanzará para cortejar y regar mi semilla en las aguas dulces del río que me vio nacer.
Sí, nunca conoceré a mi descendencia, y sé que moriré antes de que termine la primavera, pero si nací es porque en mi sangre está la fuerza para realizar este último viaje, en el que, cual gota de lluvia en el océano, me fundiré en el todo y cumpliré mi parte en este eterno y perfecto ciclo.
¡Bienvenidos pasajeros! Sé que este relato no es como los anteriores, pero el mundo natural también tiene su propia historia, y en esta semana que he pensado mucho en viajes, el del salmón permanece como uno de los más impresionantes. Si a una criatura salvaje se le pudiera llamar heroica, esta sería una proeza digna de canción.
Hasta el próximo encuentro…
Navegante del Clío
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